martes, 26 de mayo de 2015

La plaza de toros de Tetuán























 

Antonio Díaz-Cañabate, en su sección de El Ruedo “El planeta de los toros”

 “Recuerdo de la Plaza de Tetuán de las Victorias”

Ya no existe esta Placita. Acabó con ella nuestra guerra del año 1936. Complicadas trabas administrativas han impedido su reconstrucción. Era una Plaza tosca y carente de todo mérito arquitectónico. Poca gente cabía en ella. Sin embargo, tuvo una gran importancia para la Fiesta de toros. Era algo así como una escuela taurina. Una escuela donde la letra del toreo se aprendía con sangre, que es un aprendizaje algo durillo, pero bastante conveniente.
Esta placita empieza a funcionar con el siglo. Las primeras corridas que en ella presencié fueron hacia el año 15 ó 16. Las vi desde un tendido de sol, que, entonces, no tenía asientos. Valía entrar sólo unos céntimos. Y soltaban seis toros como seis catedrales. Los toreros eran principiantes o fracasados aún en la brecha. El público, bonachón y duro, al mismo tiempo. Abundaban mucho las botas de vino. Y hasta los tendidos llegaba el tufo de las muchas freidurías de gallinejas, situadas en las inmediaciones.
Antes de que llegara el “Metro” hasta sus mismas puertas, el ir a la Plaza de Tetuán era una viajata. Algunas tardes, ante la dificultad de tomar un tranvía, a la salida, volvíamos andando. Buen paseo de unos cuantos kilómetros hasta los Cuatro Caminos. Algo peligroso. Por la razón de que cada unos cuantos metros nos encontrábamos una taberna. Hay momentos en los que no reparamos en las tabernas. Pasamos a su lado como ante las tiendas de objetos para reglaos, sin mirarlas. Despreciándolas. Pero en otros es como si las tabernas nos llamaran a voces. “! Eh tú, que estoy aquí ¡¡Que te estoy esperando ¡ ”. Y entramos, para que no se tome a desaire. Estas llamadas taberneriles con muy frecuentes a la salida de los toros. Los toros no cabe duda que enardecen nuestro ánimo, salvo las corridas aburridas, que nos lo aplanan. Tanto en un caso como en el otro, la copita de vino se impone. Y las copitas de vino se enredan como las cerezas. Y luego se le enredan a uno los pies, se le trabuca la lengua y se pone tan contento.
En los tiempos de la Plaza de toros de Tetuán de las Victorias no existían en los bares y tabernas esos cuadritos donde se consignan los resultados de los partidos de fútbol. Y, por tanto, ni se mentaban los puntos y los goles. Entonces era un encanto entrar, al anochecer de una tarde de domingo, en una taberna. Se bebía vino sin complicaciones. Y en éstas del camino de Tetuán se discutía de toros, se comentaba la novillada, y con este motivo se pegaban grandes gritos y se manoteaba mucho, sin que nunca llegara la sangre al río.
A la Plaza de Tetuán salían los toreros mal vestidos, con trajes de alquiler, muy usados y deslucidos. Y los jamelgos de los picadores eran las auténticas sardinas, que los toros corneaban a placer. Los toreros mal vestidos tienen una poesía conmovedora. E indiscutiblemente son mucho más trágicos que los que cada tarde salen vestidos de dulce. Aunque un torero sea muy florido y alegre, ellos, con su traje de apagado oro, se nos aparecen tristes. Y de esta tristeza se desprende la poesía. El sol de Tetuán de las Victorias, verdaderamente, parecía un sol africano. Ya sé que es el mismo sol de Madrid, pero en la Plaza de toros arrabalera el sol se crecía como los toreros valientes y lanzaba cada rayo que casi nos derretía. Escasísimas mujeres asistían entonces a los toros, y allí, en la plaza de Tetuán, no las echábamos de menos, porque allí la fiesta tenía un desgarro y una fiereza bastante brutales. Desde luego, lo más fiero de todo, incluyendo a los toros, era el publiquito. ¡Cuando se ponía de uñas, había que verlo¡. Quizá influyeran las gallinejas, pero el vino también hacía lo suyo. En el tendido de sol, una tarde de lleno, como los espectadores estaban de pie y muy apretujados, cada cinco minutos se armaba una bronca descomunal. Siempre me acordaré de una bofetada que le propinó un mozo de cuerda a un dependiente de ultramarinos, que como sería la tal bofetada, que de sus resultas el susodicho dependiente rebotó en las maromas que protegen el tendido y cayó en pleno ruedo, a pocos pasos del toro, que, asustado al ver caer a aquel pelele, salió huyendo. Y entre tanto, el mozo de cuerda vociferaba: “ !Que lo suban otra vez, que lo voy a tirar más lejos¡ ”.
¡Oh, sí, el publiquito de la plaza de Tetuán era terrible, pero al mismo tiempo muy pintoresco, bofetadas aparte¡

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