martes, 1 de diciembre de 2015

Aquelarre y carnaval

El Carnaval de Tetuán, Gutiérrez Solana
 
 
El pintor y escritor Gutiérrez Solana retrató el carnaval madrileño como un aquelarre con las sombrías pinceladas de sus cuadros y los agrios plumazos de sus crónicas. No frecuentó las fiestas de los casinos, círculos y peñas donde se divertían los señoritos calaveras, sino los bailes populares de los merenderos de Cuatro Caminos y Tetuán donde no había mascaritas sino mascarones, patéticos travestidos "a los que se les ve el bigote a través de las rotas caretas", travestidas "con el pantalón negro estallando en las caderas" comparsas de músicos lisiados vestidos de marineritos de la flota del 98, falsos moros del Rif con una toalla liada a la cabeza y la cara pintada con corcho quemado, falsos curas, monjas y monaguillos llevando en blasfema procesión un Cristo hecho con patatas y tiras de bacalao. Hace frío, el cielo está encapotado y una irritante llovizna destiñe y reblandece las caretas y los disfraces de cartón, los trajes mojados se ciñen al cuerpo y el barro surge por todas partes. En una esquina, un hombre vestido de oso baila al son que le marca su domador con un garrote y simula fieras dentelladas. El pintor Solana toma nota en su cuaderno de la sensación de aplastamiento y aburrimiento, de la tristeza de estos carnavales bizarros. En la puerta de un teatrucho de madera anuncia sus bailes de máscaras la sociedad recreativa La Unión (antes La Alegría).Para afrontar las calles de la ciudad en carnaval resulta más práctico disfrazarse de oso en extinción que de bailarina caribeña, las bajas temperaturas causan estragos entre las gentiles bayaderas dispuestas a dar un toque de trópico imposible en las carnestolendas madrileñas. Quizá fue éste del clima uno de los motivos por los que el caudillísimo, tan dado por otra parte a los disfraces de corte castrense, prohibió los carnavales en todo el territorio bajo su mando. En Cádiz y Tenerife, donde los carnavales contaban con fuerte arraigo popular se recurrió al eufemismo, el carnaval se disfrazó como fiestas de invierno.

En Madrid los carnavales resucitaron espontáneamente tras la muerte de Franco. El primer año fueron unos carnavales pos-solanescos y asilvestrados. Sin que mediara convocatoria pública o privada alguna, las calles de Malasaña se poblaron de improvisadas máscaras y abigarrados maquillajes. El Ayuntamiento no tardó mucho en incorporar la implícita solicitud popular y convocó desfiles, bailes y concursos. Tierno Galván que sabía lo suyo, entre otras cosas de disfraces, presidía, a cuerpo, disfrazado de alcalde, sin abrigo ni bufanda, el desfile de carrozas en la Gran Vía. Los primeros años se notaba que el personal tenía muy buena voluntad, pero andaba desentrenado. El desfile de carnaval no tenía la enjundia, ni la gracia, ni la agresividad de otros tiempos. Antes del paréntesis franquista, un alcalde madrileño prohibió que los asistentes al desfile arrojaran confeti de diferentes colores. Tan enigmática y sabia medida tenía como objeto impedir que el público reciclara los papelillos caídos y pisoteados del suelo para volver a lanzarlos, aprovechando para recoger también algún pedrusco o desecho que otro con el que acertar todas las cabezas de los próceres, inútilmente disfrazados.Los carnavales de Madrid siempre fueron más valencianos que venecianos, a pesar del toque refinado de los bailes de máscaras del Círculo de Bellas Artes, cita indispensable de la tradición carnavalesca de la capital. En otros tiempos la auténtica fiesta, con ribetes de bacanal, empezaba en el Círculo, al grito de: "Que se vayan las personas decentes". Por supuesto- que nadie se daba por aludido. Hoy los carnavales madrileños son unos carnavales decentes, convocados por un alcalde mucho más cuaresmal que carnal. Resulta difícil imaginar a don José María Álvarez del Manzano convocando al pueblo de Madrid a la lujuria y al desenfreno, al desacato y a la sátira, características de estas fiestas paganas. A nuestro primer edil le queda más convincente llamar a la oración y a la celebración del Miércoles de Ceniza y no a la del domingo de piñata.
Vivimos en un tiempo de confusión, inmersos en un caos que ha terminado por afectar también al calendario. Todo el año es carnaval y hay quien no se quita la máscara de persona decente ni para dormir. Todo el año es también Cuaresma, tiempo penitencial, vía crucis y abstinencia.
 
FUENTE: EL PAÍS

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