Francisco López Groh
Ese día le dijeron que el Hypertube ya no estaba
allí. Dudó. Necesitaba comprobarlo por sí mismo. Pasó toda la noche inquieto,
en duermevela, con extraños sueños en los que aquel mamotreto se desprendía del
suelo y como una nave espacial remontaba el vuelo.
Por la mañana, oprimido todavía por las pesadillas
se dirigió hacia la calle Hierbabuena. Por el camino mientras tomaba un café
atrapó de un montón sobre la barra el periódico Tetuán 30 Días. En la portada una pequeña foto: “El Hypertube ya es
historia”. Bueno, parecía que era cierto, pero… ¿y si era un engaño, un ardid
del Comando Matadero? Hojeó el
ejemplar en busca de más información. En el interior un artículo parecía
confirmar el desmontaje.
Curiosa historia la de este artefacto. La
administración local, como los autores, nunca logaron explicar claramente en
qué consistía el objeto, como si de un ovni se tratara. Según aumentaban las
críticas la estructura pasaba de mirador a zona de juegos infantiles, a objeto escultórico
y por fin a “espacio de encuentro”. El artículo recogía una insólita
declaración de los autores para “mejorar” (¿se “mejora” un objeto escultórico?)
la instalación a través de una participación “constructiva, dialogante y no politizada”
(colectivo PKMN). Un poco tarde, pensó. Pero además le llamó la atención en
esta declaración (además de la manida retórica de la actitud “constructiva”) la
referencia negativa a la política: “no politizada”. Es curioso que una
actuación en el espacio público de la Polis, el lugar que dio nombre a la
política se quisiera despolitizada
que viene a ser algo así como “des-ciudanizada”.
A la izquierda se publicaba también una columna “Elegía
para el hypertube” (cayó en la cuenta que el propio nombre del artefacto indicaba
su despropósito, el elemento compositivo “hiper” -RAE- significa exceso) en el
que se hacía un canto al trasto y en el que se atribuía a aquellos que se habían
opuesto al sentido y procedimientos de aquella actuación del Comando Matadero -él mismo- de “partidistas, sectarios y
falaces”. Vaya –pensó.- la terminología amarilla nunca muere, el oponente es
siempre “malo, innoble, inmoral, falaz”.
Dejó el periódico y siguió caminando hasta llegar a la
plaza atravesando otra de las marcas fatales del barrio, la plaza de las
Palomas, hasta llegar allí. Efectivamente el trasto ya no estaba, aquel espacio
parecía respirar de nuevo sin la agobiante presencia del artefacto, su opresivo
volumen. En la parcela, un solar destinado a un equipamiento que nunca se realizó,
persistían las huellas de la presencia del trasto, tres cuencas de hormigón que
marcaban la cimentación. Una de ellas incluso recogía algunos escombros procedentes
de la retirada. Era como un vestigio arqueológico.
Pensó que se abría una oportunidad para, esta vez
sí, reflexionar de forma colaborativa sobre este espacio:
EL DINOSAURIO YA NO ESTABA ALLÍ
Sí, por favor, reflexionemos sobre ese espacio. Que no se convierta en una extensión de la horrorosa "plaza de las Palomas", un espacio inhabitable para sus vecinos de día y de noche. Que no terminemos, los que vivimos allí, añorando el dichoso "hipertubo", porque al menos con él no teníamos gente a todas horas gritando, emborrachándose y ensuciándolo todo. Lo más fácil siempre es poner unos bancos y un jardincito, que es lo que probablemente muchos hayan pensado, pero nunca se piensa que con eso se condena a los que viven allí a soportar la incivilidad de tanto cafre suelto como hay por ahí. La función que desde hace años viene cumpliendo ese espacio es la de pasear a los perros; ¿y si se le da oficialmente esa función, la de "área canina" organizada? Pero sin bancos, por favor... Sin bancos donde las charlas a voces y la música a tope de los móviles se prolonguen hasta la madrugada, como ocurre constantemente tanto en la plaza de las Palomas como en la plaza de la calle Martínez, que ya tenemos bastante cerca y de las que nos llegan los ecos. ¡A ver si conseguimos una solución que beneficie a todos y no perjudique a nadie!
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