FORMAS DE ENTENDER EL ESPACIO PRIVADO
COMO PÚBLICO: PELUQUERÍAS Y MUJERES EN TETUÁN
Paula
Beltrán | Lucía Escrigas | Elisa Molina | Celia Pradillo
Si
escribes en Google las palabras ‘dominicanos’ y ‘Tetuán’, la mayoría de los
enlaces muestran a la comunidad dominicana como una población inmersa en una
situación de conflicto constante. Este debate está tan presente en la calle
como en las redes. Y cuando nosotras nos encontramos con esta información, nos
preguntamos: ¿Hasta qué punto el conflicto es tal y cómo nos lo pintan? ¿Cómo
lo recibe la población migrante? ¿Cómo se responde ante este estigma?
Hacia
mediados del siglo XX Tetuán entró a formar parte administrativamente de la
ciudad de Madrid como uno de los barrios de la capital. Un territorio compuesto
por diferentes municipios y asentamientos que se fueron expandiendo hasta
consolidarse como un barrio urbano de clase obrera. Si bien, durante el siglo
XX, Tetuán fue un barrio de acogida de éxodo rural del Estado español,
actualmente abre sus puertas a población migrante transnacional.
Andando
por esta zona, especialmente alrededores de la Calle Topete, nos llamó la
atención la cantidad de negocios dominicanos, gran parte de ellos peluquerías,
y quisimos escuchar a dueñas y trabajadoras de estos negocios. Y, ¿por qué
mujeres? Porque la relación de las mujeres con los espacios urbanos inseguros
nos parece esencial para entender todo este tema de la conflictividad y el
tejido social del barrio.
Se
podría decir que las peluquerías dominicanas son protagonistas principales del
tejido empresarial de la Calle Topete (ver imagen Peluquerías en Calle Topete).
Actualmente en Topete la mayor parte de las peluquerías son femeninas o mixtas,
pero siempre con mujeres en los puestos de trabajo y entre las clientas. Lo realmente
interesante de esta gran presencia femenina es que las peluquerías han
conseguido convertirse en espacios de reunión no mixtos, donde trabajadoras,
dueñas y clientas hablan de su día a día como mujeres. Son, por tanto, espacios
privados que cumplen la función de espacio público en términos de reunión,
debate y cohesión social, en este caso en términos de género. Espacios que, al
fin y al cabo, otorgan un entorno cómodo entre los diferentes grupos femeninos
intergeneracionales para hablar de sus experiencias cotidianas.
Cuando
hablábamos con las profesionales que trabajan en estos espacios, ellas mismas
nos mostraban la satisfacción que les daba su puesto laboral –– especialmente
aquellas que son dueñas–– y lo cómodas que se sentían viviendo y trabajando en
el barrio.
En
el interior de estos espacios privados-públicos de reunión que son las
peluquerías de Topete, nos llamaba especialmente la atención la presencia de
niñas y niños acompañando a sus madres en estos locales. Y nos llamaba
especialmente la atención quizás porque en nuestros imaginarios culturales, en
nuestra cotidianeidad de europeas, los espacios laborales y de consumo no están
diseñados para albergar los cuidados a la infancia. Sea como sea, clientas y
trabajadoras nos contaban que el parque más cercano ––situado en la Plaza de
Leopoldo Luis, de la que hablaremos más adelante–– no les transmitía la
seguridad suficiente como para dejar que sus hijas e hijos jugasen allí
libremente. Les parecía que, por diversas experiencias e historias que habían
escuchado sobre la plaza, se generaban demasiados conflictos.
Mientras
que en las puertas de las peluquerías masculinas están sentados numerosos
grupos de hombres, es poco habitual ver grupos de mujeres tomando la Calle
Topete a la salida de los negocios femeninos. Se trata pues de la eterna
dicotomía espacios públicos-espacios de hombres y espacios privados-espacios de
mujeres que los estudios urbanos feministas han remarcado tantas veces. El
espacio visible es de los hombres y el invisible siempre el de mujeres, ya sea
aquí, en Madrid, o en Santo Domingo.
No
obstante, pese a esta segregación inconsciente de género, existe un cierto
carácter comunitario dominicano que reina en Topete. Un sentimiento de
pertenencia a la comunidad dominicana que se ha reapropiado de esta zona de
Madrid. Las y los dominicanos con los que hablábamos nos aseguraban que vivir
en esta zona les hacía extrañar menos el país de origen al estar en contacto
con población latina ––población migrante con gran protagonismo en el barrio––,
y más concretamente con personas dominicanas. Así, este sentimiento de
pertenencia se construye en gran parte mediante una afinidad cultural en sus
modos de entender el uso de los espacios públicos, puesto que algunos gestos
tan sencillos como saludarse por la calle entre vecinas y vecinos o como pasar
muchas horas en las calles consiguen cimentar una cohesión barrial y étnica muy
consciente entre esta población.
El
sentimiento de pertenencia es tal que cabe destacar los recorridos que algunas
personas dominicanas realizan desde otras zonas de Madrid exclusivamente para
pasar unas horas en el barrio de Tetuán, viniendo desde distintas zonas,
situadas algunas a más de 1 hora en transporte público, el medio que más
utilizan para desplazarse.
Frente
a la fama que se han ganado Topete y sus alrededores de zona conflictiva, las
vecinas dominicanas afirmaban sentirse seguras precisamente debido a este
carácter comunitario. La capacidad de reconocerse entre “su propia gente”, de
identificarse con la población del barrio, es precisamente lo que les otorgaba
esa seguridad al caminar, durante el día o durante la noche, por el espacio
público. Pero también la certeza de verse empoderadas, autónomas y reconocidas
laboralmente dentro del barrio propicia esta sensación de seguridad en las
calles.
Al
finalizar la Calle Topete nos encontramos con la Calle Goiri, una calle que
pese a seguir inmersa en ese ambiente latino, y más concretamente dominicano,
propio del barrio, el tejido empresarial es más diverso en comparación con
Topete, además de ser un espacio más de paso, con bastante tráfico rodado y muy
poca vida en la calle. En definitiva: un espacio de unión entre la Calle Topete
y la Plaza Leopoldo Luis.
En
cuanto a lo que la plaza se refiere (ver imagen Plaza Leopoldo Luis: barreras
arquitectónicas), ésta presenta cierta complejidad. Por un lado, en el diseño,
pues está construida sobre un parking con diferentes salidas y entradas
incómodas para transitar y en un terreno de fuerte pendiente que complica tanto
el acceso como la estancia en la plaza. Y por otro lado, en cuanto al tejido
social puesto que, mientras se comprende como un espacio conflictivo desde
algunos sectores, desde otros se utiliza cotidianamente como espacio recreativo
infantil.
La
mayoría de las mujeres con las que hablábamos en nuestras visitas al barrio
cuestionaban el parque infantil de la Pza. Leopoldo Luis como un espacio para
la infancia, ya sea hablando con mujeres por Topete y sus alrededores, o con
mujeres que incluso acudían al parque con niñas y niños. Lo cuestionaban por
diferentes razones: la presencia policial, las peleas entre vecinos/as del
barrio, la bulla del ocio nocturno, etc.
El
uso que las mujeres del barrio hacen de la plaza está bastante limitado al
parque y a la crianza en este espacio público, frente a los hombres, que
utilizan el centro de la misma y durante periodos de tiempo mucho más largos.
Es decir, la imagen diurna más común en este espacio público es la de grupos de
hombres sentados en el centro de la plaza, generalmente entreteniéndose
mediante juegos de mesa; y las mujeres reunidas en grupos más pequeños,
vinculadas por la cotidianeidad de la crianza de la infancia, sentadas en los
bancos de los márgenes donde se sitúan las zonas de juegos infantiles.
De
nuevo nos encontramos con unas relaciones de poder muy marcadas en el uso del
espacio en función del género. Si bien en Topete nos encontrábamos con una
diferencia entre hombres y mujeres entre vida en espacios públicos y vida en
espacios privados, en la Pza. Leopoldo Luis la diferencia está en el uso
central del espacio público y el uso periférico del mismo. Aunque hablamos de
dos situaciones distintas comparten esa desigualdad de género entre lo visible
y lo invisible, esa jerarquización en los usos los espacios urbanos en función
de las categorías “hombre” y “mujer”.
Sin
embargo, y pese a esta fotografía completamente patriarcal del orden urbano, a
nosotras nos gusta cambiar la perspectiva e intentar pensar las peluquerías
como una alternativa a este orden de género. Esos espacios privados-públicos de
reuniones de mujeres donde trabajan la cohesión y el empoderamiento como
sujetas activas dentro del barrio. Espacios de debate sobre su día a día como
vecinas y habitantes del barrio. Y espacios donde también tiene cabida la
infancia, al menos mientras que la seguridad en la Pza. Leopoldo Luis siga
siendo cuestionada.
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