Una ciudad abierta, amable diseñada para el buen vivir necesita ser un
entorno de convivencia plural e inclusiva para toda la ciudadanía,
independientemente de sus características particulares.
Las personas que
conviven en cualquier espacio se caracterizan por su diversidad. Esta
diversidad, pensamos que es enriquecedora por lo que puede aportar a la
comunidad y a las propias personas. Pero ¿no trae problemas? La convivencia de
personas de edades, países, cultura, orientación sexual distintas siempre nos
puede parecer difícil a primera vista. Sin embargo, es una realidad positiva.
Es una manera de conocer
a otras personas diferentes que complementan nuestra mirada del mundo. También
nos enriquece personalmente, nos abre la mente para pensar con otros ojos.
Una ciudad inclusiva necesita construirse en
base a un diseño universal. ¿Es decir?
Entendemos el diseño universal como una visión más amplia que la mera accesibilidad, en el sentido de movilidad frente a los potenciales obstáculos arquitectónicos. Incluye la posibilidad de que cualquier persona que se mueva por la ciudad, encuentre que la ciudad esté adaptada a ella. No al revés. A todos los niveles. Hablamos tanto de barreras físicas como cognitivas, que son las que nos impiden orientarnos en un edificio o entender un cartel y, tanto visuales como auditivas. Para cualquier persona. Tanto una madre o un padre con el carrito de su bebé como una persona joven que se ha roto un pie.
Está vigente la
“Ley General de derechos de las personas con discapacidad y de su inclusión
social”. El plazo para el establecimiento
y adecuación de la accesibilidad universal en la ciudad, venció el pasado 4 de
diciembre, pero no se cumple en muchos edificios incluso de nueva construcción.
Más allá de la violencia patriarcal que sufren todas las mujeres, existe también un cuestionamiento en función de su rol en la sociedad. Es además otro tipo de violencia a la que se tienen que enfrentar las mujeres con diversidad funcional, entendida ésta como ver en positivo el término más común de discapacidad.
La sociedad discrimina
cualquier deficiencia física, psíquica o sensorial pero se trata de un sesgo
establecido que no se aplica a otras mermas como, por ejemplo, la empatía. El
sistema capitalista valora a las personas en función de su capacidad y la
rentabilidad económica que conlleve. Considerar a las personas según su grado de
utilidad mercantil genera la violencia de una visión capacitista con la que se pierde mucho valor humano.
Es absolutamente
indispensable educar desde un punto de
vista universal e inclusivo, y que esto vaya acompañado de un trabajo
personal con el objetivo de abrir
nuestras mentes. La sociedad, si es inclusiva, ganará asumiendo el precio de la diversidad. No se trata
de un problema exclusivamente individual.
La diversidad es un bien social por sí mismo,
repercute positivamente en la sociedad en su conjunto.
Claire Martín
Hernández, Plataforma Democrática de Diversidad Funcional
África Gómez
Lucena, Foro de Movimientos Sociales de Madrid
Madrid,
30 de enero de 2018
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