viernes, 20 de febrero de 2015

Los anticuados


14feb 2015
A Carlos París, en el primer aniversario de su fallecimiento.

En el homenaje que le brindamos el pasado 5 de febrero en el Ateneo de Madrid yo expliqué que Carlos París era de una fidelidad absoluta a sus principios y a sus amores. Nunca tuvo más relaciones sexuales que con sus esposas y no concebía que se mantuvieran relaciones sexuales sin amor. Yo, que soy menos rígida, le tachaba de anticuado. Lo que era cierto. Carlos París era un anticuado. Creía firmemente en las virtudes heroicas, como Don Quijote, luchaba por defender las causas nobles, por proteger a los desvalidos, por anteponer —frente a cualquier otra consideración y beneficio— el honor, la lealtad, la honradez, el sacrificio total por los ideales que defendía, y el amor y la fidelidad a sus principios inquebrantables.
 
Hoy estaría triste y desconcertado ante las discusiones, escisiones y traiciones que se producen en el seno de la izquierda y absolutamente asombrado de que se pueda afirmar que no se es de derecha ni de izquierda. Habíamos comentado mucho cómo el lenguaje ha ido cambiando para enmascarar las ideas de izquierda y el análisis marxista de la realidad. En sus escritos y conferencias denunció la ideología dominante que había encubierto la lucha de clases, puesto que se afirma que ya no hay clases, sino una sociedad dual en la que unos tienen cosas y otros no, de la misma manera que hay altos y bajos y narigudos y chatos. Un lenguaje que ha permitido la hegemonía de la ideología dominante capitalista, que no ha sido combatida por la izquierda con la contundencia que merece. Él decía que la izquierda estaba presa del Síndrome de Estocolmo, acercándose cada vez más a la derecha para merecer su perdón.
 
Esa imposición de una ideología basada en la doctrina capitalista liberal ha calado de tal manera en todos los ámbitos que hasta el feminismo la está asumiendo y la difunde sibilinamente. Desde algunos grupos de mujeres, y por dirigentes altamente cualificadas, veteranas de esta lucha y que además provienen de partidos comunistas se ha afirmado que el Movimiento Feminista no es de derechas ni de izquierdas.  Que la política no tiene que interferir en esa lucha. Por un lado, porque el objetivo es atraerse a la mayor cantidad de mujeres, de la ideología que sea; por otro, porque, según ellas, muchas mujeres de derechas son feministas.
 
No sé si esa adscripción política se refiere a que votan a los partidos de derechas, pero después acuden a las reuniones o manifestaciones de las mujeres y con ello ya pretenden ser feministas. ¡Lo que aceptan esas dirigentes que se muestran tan abiertas y liberales!.
 
Como esta nueva tesis de que no hay que basarse en la anticuada concepción de la división entre derecha e izquierda está teniendo cada vez más éxito, tanto en la penetración en los movimientos sociales como en la difusión que de ella hacen los medios de comunicación, creo que es bueno aportar unas consideraciones al respecto.
 
La anticuada división entre izquierda y derecha se basaba en la evidente lucha entre el poder reaccionario que mantiene sus privilegios, el de las clases opresoras que se inscriben en la derecha –ellos mismos lo han reconocido siempre-, y la lucha de los oprimidos y explotados por arrancar el poder a la aristocracia y a la burguesía, que son la izquierda. La lucha de las mujeres tuvo que enfrentarse a los hombres, de cualquier clase, para afirmar su existencia en el planeta y, como todo movimiento contra el poder, es de izquierdas. Porque no se puede afirmar que se es feminista y no se es de izquierdas. Esto es una contradicción en sí misma. Cierto que al parecer muchas mujeres de partidos de derechas y hasta del Opus Dei se han introducido en el Movimiento Feminista como buzos, de la misma forma que otros son agentes encubiertos de la derecha en los partidos comunistas, los movimientos anarquistas o los sindicatos. Pero ello no hace feministas a estas mujeres como no hace de derechas el Movimiento Feminista.
 
No se puede aceptar la tesis de que el feminismo no es de derechas ni de izquierdas, que pertenece a un limbo sin ideología. No se puede aceptar ni difundir, en primer lugar, porque es mentira. Todo movimiento es crítico y opositor del poder, de otro modo, colabora con él. Y, por supuesto, es obligación de los dirigentes de los movimientos sociales decir la verdad. Siguiendo a Antonio Gramsci, “la verdad es siempre revolucionaria”. Y la exigencia de la verdad obliga a que no se difundan mensajes engañosos al pueblo. Porque para engañar a los pueblos ya está la derecha.
 
En el momento en que no se establece una línea roja entre la derecha —que significa la expoliación de los pueblos, el triunfo del capital sobre el trabajo, la exacción de la mayor plusvalía de la fuerza de trabajo, la esclavitud de las razas de color, la persecución de los emigrantes, la depredación del medio ambiente, la opresión de las mujeres— y la izquierda —que lucha contra todo ello—, “cualquiera” puede pertenecer a ese movimiento. Y con la participación de cualquiera comienzan a desvirtuarse los principios y las estrategias. En realidad, lo que se pretende es  encubrir una realidad: la de la lucha de clases. Ocultación que siempre hace la derecha. Esto va a asociado a que algunas feministas no quieran llamarse así, o que difuminen los principios feministas con el propósito de atraer a mujeres –ahora es un mantra que deben de ser jóvenes- de las que nada sabemos de su feminismo.
 
Esta política que se introdujo hace dos décadas en el Movimiento Feminista llevó a aceptar que las mujeres del Opus e incluso asociaciones de la Iglesia que están haciendo labor social se introdujeran en su seno, penetrando ideológicamente en amplios estratos de los trabajadores mientras suplantan las labores que debería realizar el Estado con personal laico. El resultado, como ejemplo, el Consejo de la Mujer de la Comunidad de Madrid, en el que las mujeres de derecha durante veinte años impidieron aprobar los acuerdos y objetivos mínimos del feminismo: el aborto, la prohibición de la pornografía, la abolición de la prostitución. Cuando la penetración de las mujeres de derecha fue mayoritaria, ante la permisividad y hasta el contento de ciertos sectores del Movimiento Feminista,  las del PP ganaron las elecciones —puesto que cada vez se unían más mujeres, sin importar su procedencia ni ideología— a la Presidencia del Consejo y  lo mataron. Que era su objetivo.
 
Ir escondiendo la identidad, los principios ideológicos o la línea programática con el propósito de atraer más mujeres  conlleva que si se renuncia a los términos de la lucha, estamos renunciamos a nuestra identidad. Y ello no conduce más que a la disolución del Movimiento Feminista o que éste caiga en manos de la derecha.
 
La creencia de que cuantas más mujeres entren en el Movimiento Feminista somos más fuertes no está probada científicamente. Podemos ser muchas mujeres y acabar con el feminismo. Tenemos que hacer política y política de izquierdas. Porque para distribuir caridad y asistencia social ya tenemos un montón de asociaciones de derechas que están engañando a mujeres y a hombres porque les dan de comer, pero no feminismo precisamente.
 
Nosotras tenemos la obligación de difundir el feminismo y prestigiarlo, sobre todo, entre esas jóvenes recién llegadas al mundo que creen que no existió nada antes de ellas y que no saben lo que es el feminismo. Porque el feminismo es una lucha muy seria. El feminismo es un movimiento social, es una ideología filosófica, es un programa político. No es la diversión de un rato ni la participación en unas elecciones. Y gracias a nuestras antepasadas desde hace 200 años hemos avanzado hasta el punto en que nos encontramos. Si no nos reclamamos de izquierda radical quizá lograremos alguna portada de periódico, o unos segundos de televisión con un éxito muy efímero porque, al cabo de una semana, nadie se acordará de ese informativo. Lo único que sucederá es que se retrocederá en feminismo.
 
Para la izquierda tampoco es rentable esa dejación de principios y de objetivos.  Cuando el pueblo se da cuenta de que los que negaron la contradicción entre izquierda y derecha y se situaron en una posición ambigua —cabe recordar la afirmación del dirigente chino que tanto gustó a Felipe González de que “no hay que fijarse si el gato es blanco o negro porque lo importante es que cace ratones”— en realidad están haciendo una política de derechas. Y deciden votar a ésta, que es el original, y no conformarse con la copia.
 
Naturalmente que el feminismo —no radical, simplemente feminismo— es minoritario en número de adscritas, aunque sumemos varios miles. Pero ese movimiento minoritario ha logrado los mayores avances para la mujer en toda la historia de nuestro país. Y lo ha conseguido únicamente cuando ha luchado frontal y valientemente contra el poder, contra la reacción, contra la derecha. Reclamando el derecho al voto, la igualdad de derechos, el divorcio, la libre disposición de anticonceptivos y aborto, la igualdad de salarios y el acceso al poder político. Cuando, una vez obtenidas estas conquistas, buena parte del Movimiento Feminista ha dejado su vocación revolucionaria y ha colaborado con los gobiernos de turno, los retrocesos han sido evidentes. Y ahí están: la pérdida de Institutos de la Mujer, la eliminación de Observatorios de Violencia, una Ley de Violencia inoperante, un abandono de las mujeres maltratadas y el aumento de los feminicidios. Empleos basura y a tiempo parcial para las mujeres, diferencias salariales cada vez más acusadas y una cultura ofensivamente machista.
 
Uno de mis seguidores en Facebook me escribe: “¿Consideras que esas ideas tan atrasadas y socialistas en una sociedad que cambia de forma de ser y pensar tienen algún sentido común?” He ahí otro mantra que se ha introducido en la “nueva” ideología: ampararse en el sentido común. Y recuerdo la frase de Marx cuando decía que “el sentido común es muy útil para la economía doméstica, pero sirve muy poco para hacer revoluciones”.
 
Por el camino de la dejación de principios, de la tibieza en nuestros planteamientos, de encubrir las categorías marxianas con un lenguaje eufemístico, de negar la existencia de la lucha de clases, y de la derecha y la izquierda, únicamente iremos a nuestro hundimiento como Movimiento Feminista capaz de llevar a cabo las transformaciones necesarias en nuestra sociedad, para que las mujeres (y los trabajadores) no sigan siendo eternamente la clase explotada y oprimida que es hoy.
 
Ya sé que, como Carlos París, pertenezco a la estirpe de los anticuados. Y bien orgullosa que estoy de ello

Lydia Falcón

 

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