14feb 2015
A Carlos París, en el
primer aniversario de su fallecimiento.
En el homenaje que le
brindamos el pasado 5 de febrero en el Ateneo de Madrid yo expliqué que Carlos
París era de una fidelidad absoluta a sus principios y a sus amores. Nunca tuvo
más relaciones sexuales que con sus esposas y no concebía que se mantuvieran
relaciones sexuales sin amor. Yo, que soy menos rígida, le tachaba de
anticuado. Lo que era cierto. Carlos París era un anticuado. Creía firmemente
en las virtudes heroicas, como Don Quijote, luchaba por defender las causas
nobles, por proteger a los desvalidos, por anteponer —frente a cualquier
otra consideración y beneficio— el honor, la lealtad, la honradez, el
sacrificio total por los ideales que defendía, y el amor y la fidelidad a sus
principios inquebrantables.
Hoy estaría triste y
desconcertado ante las discusiones, escisiones y traiciones que se producen en
el seno de la izquierda y absolutamente asombrado de que se pueda afirmar que
no se es de derecha ni de izquierda. Habíamos comentado mucho cómo el lenguaje
ha ido cambiando para enmascarar las ideas de izquierda y el análisis marxista
de la realidad. En sus escritos y conferencias denunció la ideología dominante
que había encubierto la lucha de clases, puesto que se afirma que ya no hay
clases, sino una sociedad dual en la que unos tienen cosas y otros no, de la
misma manera que hay altos y bajos y narigudos y chatos. Un lenguaje que ha
permitido la hegemonía de la ideología dominante capitalista, que no ha sido
combatida por la izquierda con la contundencia que merece. Él decía que la
izquierda estaba presa del Síndrome de Estocolmo, acercándose cada vez más a la
derecha para merecer su perdón.
Esa imposición de una
ideología basada en la doctrina capitalista liberal ha calado de tal manera en
todos los ámbitos que hasta el feminismo la está asumiendo y la difunde
sibilinamente. Desde algunos grupos de mujeres, y por dirigentes altamente
cualificadas, veteranas de esta lucha y que además provienen de partidos
comunistas se ha afirmado que el Movimiento Feminista no es de derechas ni de
izquierdas. Que la política no tiene que interferir en esa lucha. Por un
lado, porque el objetivo es atraerse a la mayor cantidad de mujeres, de la
ideología que sea; por otro, porque, según ellas, muchas mujeres de derechas
son feministas.
No sé si esa
adscripción política se refiere a que votan a los partidos de derechas, pero
después acuden a las reuniones o manifestaciones de las mujeres y con ello ya
pretenden ser feministas. ¡Lo que aceptan esas dirigentes que se muestran tan
abiertas y liberales!.
Como esta nueva tesis
de que no hay que basarse en la anticuada concepción de la división entre
derecha e izquierda está teniendo cada vez más éxito, tanto en la penetración
en los movimientos sociales como en la difusión que de ella hacen los medios de
comunicación, creo que es bueno aportar unas consideraciones al respecto.
La anticuada división
entre izquierda y derecha se basaba en la evidente lucha entre el poder
reaccionario que mantiene sus privilegios, el de las clases opresoras que se
inscriben en la derecha –ellos mismos lo han reconocido siempre-, y la lucha de
los oprimidos y explotados por arrancar el poder a la aristocracia y a la
burguesía, que son la izquierda. La lucha de las mujeres tuvo que enfrentarse a
los hombres, de cualquier clase, para afirmar su existencia en el planeta y,
como todo movimiento contra el poder, es de izquierdas. Porque no se puede
afirmar que se es feminista y no se es de izquierdas. Esto es una contradicción
en sí misma. Cierto que al parecer muchas mujeres de partidos de derechas y
hasta del Opus Dei se han introducido en el Movimiento Feminista como buzos, de
la misma forma que otros son agentes encubiertos de la derecha en los partidos
comunistas, los movimientos anarquistas o los sindicatos. Pero ello no hace feministas
a estas mujeres como no hace de derechas el Movimiento Feminista.
No se puede aceptar la
tesis de que el feminismo no es de derechas ni de izquierdas, que pertenece a
un limbo sin ideología. No se puede aceptar ni difundir, en primer lugar, porque
es mentira. Todo movimiento es crítico y opositor del poder, de otro modo,
colabora con él. Y, por supuesto, es obligación de los dirigentes de los
movimientos sociales decir la verdad. Siguiendo a Antonio Gramsci, “la verdad
es siempre revolucionaria”. Y la exigencia de la verdad obliga a que no se
difundan mensajes engañosos al pueblo. Porque para engañar a los pueblos ya
está la derecha.
En el momento en que
no se establece una línea roja entre la derecha —que significa la expoliación
de los pueblos, el triunfo del capital sobre el trabajo, la exacción de la
mayor plusvalía de la fuerza de trabajo, la esclavitud de las razas de color,
la persecución de los emigrantes, la depredación del medio ambiente, la
opresión de las mujeres— y la izquierda —que lucha contra todo ello—,
“cualquiera” puede pertenecer a ese movimiento. Y con la participación de
cualquiera comienzan a desvirtuarse los principios y las estrategias. En
realidad, lo que se pretende es encubrir una realidad: la de la lucha de
clases. Ocultación que siempre hace la derecha. Esto va a asociado a que
algunas feministas no quieran llamarse así, o que difuminen los principios
feministas con el propósito de atraer a mujeres –ahora es un mantra que deben
de ser jóvenes- de las que nada sabemos de su feminismo.
Esta política que se
introdujo hace dos décadas en el Movimiento Feminista llevó a aceptar que las
mujeres del Opus e incluso asociaciones de la Iglesia que están
haciendo labor social se introdujeran en su seno, penetrando ideológicamente en
amplios estratos de los trabajadores mientras suplantan las labores que debería
realizar el Estado con personal laico. El resultado, como ejemplo, el Consejo
de la Mujer de la Comunidad de Madrid, en el que las mujeres de derecha durante
veinte años impidieron aprobar los acuerdos y objetivos mínimos del feminismo:
el aborto, la prohibición de la pornografía, la abolición de la prostitución.
Cuando la penetración de las mujeres de derecha fue mayoritaria, ante la
permisividad y hasta el contento de ciertos sectores del Movimiento Feminista,
las del PP ganaron las elecciones —puesto que cada vez se unían más
mujeres, sin importar su procedencia ni ideología— a la Presidencia del Consejo
y lo mataron. Que era su objetivo.
Ir escondiendo la
identidad, los principios ideológicos o la línea programática con el propósito
de atraer más mujeres conlleva que si se renuncia a los términos de la
lucha, estamos renunciamos a nuestra identidad. Y ello no conduce más que a la
disolución del Movimiento Feminista o que éste caiga en manos de la derecha.
La creencia de que
cuantas más mujeres entren en el Movimiento Feminista somos más fuertes no está
probada científicamente. Podemos ser muchas mujeres y acabar con el feminismo.
Tenemos que hacer política y política de izquierdas. Porque para distribuir
caridad y asistencia social ya tenemos un montón de asociaciones de derechas
que están engañando a mujeres y a hombres porque les dan de comer, pero no
feminismo precisamente.
Nosotras tenemos la
obligación de difundir el feminismo y prestigiarlo, sobre todo, entre esas
jóvenes recién llegadas al mundo que creen que no existió nada antes de ellas y
que no saben lo que es el feminismo. Porque el feminismo es una lucha muy
seria. El feminismo es un movimiento social, es una ideología filosófica, es un
programa político. No es la diversión de un rato ni la participación en unas
elecciones. Y gracias a nuestras antepasadas desde hace 200 años hemos
avanzado hasta el punto en que nos encontramos. Si no nos reclamamos de izquierda
radical quizá lograremos alguna portada de periódico, o unos segundos de
televisión con un éxito muy efímero porque, al cabo de una semana, nadie se
acordará de ese informativo. Lo único que sucederá es que se retrocederá en
feminismo.
Para la izquierda tampoco
es rentable esa dejación de principios y de objetivos. Cuando el pueblo
se da cuenta de que los que negaron la contradicción entre izquierda y derecha
y se situaron en una posición ambigua —cabe recordar la afirmación del
dirigente chino que tanto gustó a Felipe González de que “no hay que fijarse si
el gato es blanco o negro porque lo importante es que cace ratones”— en
realidad están haciendo una política de derechas. Y deciden votar a ésta, que
es el original, y no conformarse con la copia.
Naturalmente que el
feminismo —no radical, simplemente feminismo— es minoritario en número de
adscritas, aunque sumemos varios miles. Pero ese movimiento minoritario ha
logrado los mayores avances para la mujer en toda la historia de nuestro país.
Y lo ha conseguido únicamente cuando ha luchado frontal y valientemente contra
el poder, contra la reacción, contra la derecha. Reclamando el derecho al voto,
la igualdad de derechos, el divorcio, la libre disposición de anticonceptivos y
aborto, la igualdad de salarios y el acceso al poder político. Cuando, una vez
obtenidas estas conquistas, buena parte del Movimiento Feminista ha dejado su
vocación revolucionaria y ha colaborado con los gobiernos de turno, los
retrocesos han sido evidentes. Y ahí están: la pérdida de Institutos de la
Mujer, la eliminación de Observatorios de Violencia, una Ley de Violencia
inoperante, un abandono de las mujeres maltratadas y el aumento de los
feminicidios. Empleos basura y a tiempo parcial para las mujeres, diferencias
salariales cada vez más acusadas y una cultura ofensivamente machista.
Uno de mis seguidores
en Facebook me escribe: “¿Consideras que esas ideas tan
atrasadas y socialistas en una sociedad que cambia de forma de ser y pensar
tienen algún sentido común?” He ahí otro mantra que se ha introducido en la
“nueva” ideología: ampararse en el sentido común. Y recuerdo la frase de Marx
cuando decía que “el sentido común es muy útil para la economía doméstica,
pero sirve muy poco para hacer revoluciones”.
Por el camino de la
dejación de principios, de la tibieza en nuestros planteamientos, de encubrir
las categorías marxianas con un lenguaje eufemístico, de negar la existencia de
la lucha de clases, y de la derecha y la izquierda, únicamente iremos a nuestro
hundimiento como Movimiento Feminista capaz de llevar a cabo las
transformaciones necesarias en nuestra sociedad, para que las mujeres (y los
trabajadores) no sigan siendo eternamente la clase explotada y oprimida que es
hoy.
Ya sé que, como Carlos París, pertenezco a la estirpe
de los anticuados. Y bien orgullosa que estoy de ello
Lydia Falcón
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